Mil palabras
Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Si eso es cierto, teniendo en cuenta la cantidad de carteles que llenan nuestras calles en las semanas previas a unas elecciones, nuestro país valdría billones de palabras. Bromas aparte, siempre me ha llamado la atención ese afán de los políticos por empapelar las calles con fotos de sí mismos engalanados de punta en blanco, como si alguien fuera a decidir su voto en base a qué cartel es más agradable a la vista.
Dicho esto, reconozco la importancia de los carteles. El político es una figura pública y, además de unas ideas, vende imágenes. No debemos olvidar que diputados y senadores no son extraterrestres, sino que son nuestros representantes. Como tales, cada partido político aspira a representar un segmento de la población y confía en que ese segmento sea lo suficientemente grande como para que le dé los suficientes votos para ostentar el gobierno. Para conseguir esos votos, tienen que venderse a sí mismos y muchos empiezan a través de los carteles.
Sin embargo, ¿son verdaderamente útiles los carteles? Analicemos los que adornaron nuestras calles para las pasadas elecciones del 20 de diciembre de 2015.
Arriba se encuentran los carteles de las cuatro fuerzas más votadas. Lo cierto es que la diferencia entre ellos es mínima. Todos tienen al candidato en el centro, con una sonrisa más o menos grande (dependiendo de la seriedad que quieran transmitir). Salvo en el caso de Rajoy (que ya es suficientemente conocido a qué partido pertenece), las siglas del partido adornan el cartel. El color del partido también lo hace, pues el color provoca una asociación muy fuerte en el cerebro de los futuros votantes (de hecho, en esas mismas elecciones, un interventor de estos mismos partidos políticos se paseó por el colegio electoral en el que yo votaba llevando un jersey nada discreto del color de su partido). Tienen los rostros bien iluminados, los ojos abiertos para dar sensación de honestidad y llevan ropa de colores neutros, para no ofender a ningún votante potencial. Reitero que los carteles parecen sacados de la misma fábrica.
Comparémoslos ahora con los carteles de la campaña de Donald Trump. Los americanos son patrióticos, mucho más que los españoles. Los carteles que usaba Trump reflejan este sentimiento. En ninguno de los carteles de arriba hay ni una gota de amarillo (y, salvo en el de Pedro Sánchez, tampoco hay ni rastro del rojo) pero es inconcebible un cartel americano que no esté en blanco, rojo y azul. Trump ostenta una sonrisa orgullosa, incluso arrogante, de quien se sabe que va a ser el jefe de Estado más poderoso del mundo. Por último, los aviones al fondo son una metáfora del mensaje de Trump: Estados Unidos fue una potencia militar, el país más poderoso del mundo, y lleva unos años "de capa caída". Con Trump los cazas americanos volverán a hacer a Estados Unidos el país más grande del mundo.
La verdad es que sería impensable que ninguno de los cuatro candidatos españoles tuviera un cartel semejante como promoción, ni que enarbolara la bandera española o tuviera unos cazas o un portaviones de fondo. Los españoles buscamos otra cosa en nuestros líderes aunque, viendo las estadísticas de descontento de los españoles y las bajas notas de aprobación que estos políticos están obteniendo, parece que la neutralidad que tanto les gusta mostrar en sus carteles no es el mejor camino de todos.
Dicho esto, reconozco la importancia de los carteles. El político es una figura pública y, además de unas ideas, vende imágenes. No debemos olvidar que diputados y senadores no son extraterrestres, sino que son nuestros representantes. Como tales, cada partido político aspira a representar un segmento de la población y confía en que ese segmento sea lo suficientemente grande como para que le dé los suficientes votos para ostentar el gobierno. Para conseguir esos votos, tienen que venderse a sí mismos y muchos empiezan a través de los carteles.
Sin embargo, ¿son verdaderamente útiles los carteles? Analicemos los que adornaron nuestras calles para las pasadas elecciones del 20 de diciembre de 2015.
Arriba se encuentran los carteles de las cuatro fuerzas más votadas. Lo cierto es que la diferencia entre ellos es mínima. Todos tienen al candidato en el centro, con una sonrisa más o menos grande (dependiendo de la seriedad que quieran transmitir). Salvo en el caso de Rajoy (que ya es suficientemente conocido a qué partido pertenece), las siglas del partido adornan el cartel. El color del partido también lo hace, pues el color provoca una asociación muy fuerte en el cerebro de los futuros votantes (de hecho, en esas mismas elecciones, un interventor de estos mismos partidos políticos se paseó por el colegio electoral en el que yo votaba llevando un jersey nada discreto del color de su partido). Tienen los rostros bien iluminados, los ojos abiertos para dar sensación de honestidad y llevan ropa de colores neutros, para no ofender a ningún votante potencial. Reitero que los carteles parecen sacados de la misma fábrica.
Comparémoslos ahora con los carteles de la campaña de Donald Trump. Los americanos son patrióticos, mucho más que los españoles. Los carteles que usaba Trump reflejan este sentimiento. En ninguno de los carteles de arriba hay ni una gota de amarillo (y, salvo en el de Pedro Sánchez, tampoco hay ni rastro del rojo) pero es inconcebible un cartel americano que no esté en blanco, rojo y azul. Trump ostenta una sonrisa orgullosa, incluso arrogante, de quien se sabe que va a ser el jefe de Estado más poderoso del mundo. Por último, los aviones al fondo son una metáfora del mensaje de Trump: Estados Unidos fue una potencia militar, el país más poderoso del mundo, y lleva unos años "de capa caída". Con Trump los cazas americanos volverán a hacer a Estados Unidos el país más grande del mundo.
La verdad es que sería impensable que ninguno de los cuatro candidatos españoles tuviera un cartel semejante como promoción, ni que enarbolara la bandera española o tuviera unos cazas o un portaviones de fondo. Los españoles buscamos otra cosa en nuestros líderes aunque, viendo las estadísticas de descontento de los españoles y las bajas notas de aprobación que estos políticos están obteniendo, parece que la neutralidad que tanto les gusta mostrar en sus carteles no es el mejor camino de todos.
Comentarios
Publicar un comentario